Un cajón de sastre sin fondo, una batalla desde las trincheras

lunes, 1 de marzo de 2010

mientras cuecen las batatas

No, el título no hace alusión a ninguna metáfora original de la vida, del amor o de los díficiles e intensas contradicciones de los seres humanos. Hoy mi creatividad ha sido mermada por mi poco talento culinario, y más aún, por mi poca idea de manejarme en los supermercados (quiero pensar que sólo en los húngaros). Sin embargo, no es poca la lección que voy a aprender en el día de hoy. Quizá mañana mi estómago pesará más que mi voluntad, pero de eso ya me ocuparé a su debido tiempo.
Pues si, amigos de lo ameno, he aquí un hombre frente a un dilema. ¿Qué hacer cuando quieres preparar un suculento y sano puré de calabacín, al que vas a añadir una patata porque siempre creiste en el multiculturalismo, y de repente descubres, al quitarle la piel, que el tubérculo tiene un color más bien anaranjado y a no ser que proceda de Chernovil, no tiene pinta de ser una patata ni siquiera por afortunada equivocación?
Lo primero y más importante es abrir la despensa. Conviene cerciorarse que las otras falsas patatas hacen honor a su nombre. Bien, ahora hay 3 batatas en tu repisa, riéndonse en silencio de tu ignorancia, retándo a tu inteligencia. Y piensas. ¿Por qué no seré abuela?Ahora me estaría riendo yo de ellas. Pero no, no eres abuela, ni siquiera una madre novata, eres un simple (muy acertado el adjetivo) estudiante eramus que al parecer quemaste muchas neuronas durante el fin de semana. Y has caído en la facilidad y el gag de confundir una patata y una batata, que para más inri, no sólo se parecen, además se llaman casi igual. Pero, ¿Qué oscura maldad habitaba en el ser que ideó la etiqueta de esta burla de alimentos? ¿Por qué una empieza con P y otra B? Es más fácil si eres francés, porque la patata sería una "pomme de terre". El error es más infrecuente, seguro.
Pero el show must go on. Y ahora qué? Me pregunto, qué hago con mi calabacín cortadito, sanísimo, y mi puerro y el agua a punto de hervir? Sí, podría no echar la Batata (con mayúsculas, como la coyuntura), pero entonces caería en la tentación de desaprovechar la oportunidad que me ha brindado el desconcierto de experimentar eso que llaman "novuelle cousine". Miro de nuevo al objeto. Ya no rie, pero sigue naranja. "Qué demonios!" proclamo de repente, eufórico, sin reparar en la presencia de mi compañera finlandesa de piso, mirándome con ojos de "mi no entender porque tu gritar a falsa patata ", "Voy a cocinar esa batata,voy a poder con ella,la voy a machacar! Vamos, que la voy a hacer puré." Y en esas estamos, esperando a que se ablanden y permitan que se les meta mano.
Un tiempo después, indeterminado, el resultado es una masa uniforme, a simple vista dificil de tragar y más aún de digerir, especialmente cuando mi otra compañera de piso ha llegado, ha saludado, y en cuestión de minutos, un tiempo más que breve, ya tenía cocinado su plato de pasta con gorgonzola, mientras que yo seguía (de)batiendo con ahinco conmigo mismo y también con la batata. Con gentileza me ha ofrecido, y mientras saboreaba su rapido invento, me ha parecido que mi batata multicultural me miraba triste, por descubrir que su final era inminente.
Y esa precisamente ha sido la lección. Apechugar, en una palabra, con lo que venga, y enfrentarse a los problemas cuya solución es uno mismo, y para uno mismo son creados. Posiblemente la batata sea lo de menos.